Poesía

 

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Crepitación de ausencia

Crepitación de ausencias (Selección de poemas escritos en revistas y periódicos desde 1975 hasta la fecha de publicación del poemario), Salamanca, Artes gráficas Varona, 1989.

Este poemario consta de 22 poemas de desigual temática y alcance, aunque de ritmo y estilo unitarios. Algunos traicionan una aún no lograda madurez en la composición pero también los hay definidores y definitivos del saber hacer más acabado y de la inspiración mejor llevada a su término del autor poeta que reseña esta página. El lector curioso puede encontrarlos en revistas creadas por entonces en el seno, o en torno a la Universidad de Extremadura, hoy desaparecidas, tales como Gálibo, Alcántara, Anaquel, Oropéndola, Cuadernos de Grado Medio (Revista ésta última que el reseñante puso en marcha y dirigió durante diez años).

 

Del libro de mis horas

Del libro de mis horas (Recoge en una edición cuidada, corregida y aumentada en una docena de poemas, las composiciones del libro anterior e incluye prólogo y dos epílogos), Salamanca, Editorial Astrofuente, 1992.

De este libro al que el autor confiere ya una unidad, si no temática, sí rítmica y estilística, el prologuista, otro poeta, colega de oficio, de quinta, de escuela, de generación y de grupo, profesor de Literatura Española D. Luis García-Camino Burgos, dice entre otras cosas : "En este tiempo nuestro muchos buenos poetas entre los que se encuentra ya Teodoro Sáez, vuelven la vista y el verso a ese eterno magisterio de lo humano (...poesía intimista en la línea de Garcilaso, de San Juan, de Bécquer, de L. Panero; poesía filosófica que se cuestiona la existencia mirando atrás con gravedad melancólica; poesía metalingüística que se autocuestiona,; poesía sobre todo y ante todo lírica y amorosa...).De todo hay, pues, en esta poesía, hasta el punto que el poema típico es aquel que incluye una descripción - las hay bellísimas, sobre todo aquellas que se refieren al pueblo y a la naturaleza de Castilla - una reflexión, unos recuerdos y, al final, inevitablemente, la nostalgia" A lo expuesto por el prologuista cabe añadir lo afirmado por el autor del epílogo, D. Mariano García-Landa que inicia su comentario diciendo:

"Teodoro Sáez Hermosilla es hoy por hoy uno de los pocos teóricos españoles de la traducción de resonancia internacional. No sería exagerado decir que, desde García Yebra, es el único..." Y tras exponer los argumentos para tan laudatoria y exagerada afirmación, termina con estas palabras: "Pero resulta que T.S.H. no es sólo un teórico de la traducción, sino que la vive a su nivel más alto y más difícil: la traducción poética (...) Sólo un poeta puede traducir a un poeta (...) y T.S.H. lo es en este libro en que re recoge y ensimisma una auténtica voz lírica que se dice en una construcción formal de lujo barroco de vitrales metafóricos, voz lírico-subjetiva de limpio linaje romántico que habla en una lengua post-mallarmeana de rico moaré transrealista para decir el dicho del Yo arrojado en un mundo de llamativos signos, el gedeutete Welt de la Primera Elegía de Duino, de Rilke (...) Habíamos olvidado la subjetividad, porque vivimos en un mundo cada vez más cosificado, cuya tendencia es criminal: el asesinato del yo. Es decir, de la energía subjetiva del trabajo que produce el mundo de la vida humana. Así estos poemas rememoran y redicen eso que se nos había olvidado, traduciéndolo al sentir de hoy. Y si es de hoy ese sentir, tal como late en el espacio formal de estos poemas, es porque el vate está situado en el tiempo: ha nacido después de Mallarmé".

 

Cacionero del transito

Cancionero del tránsito, (Prólogo de D. Ricardo Senabre), Salamanca, Col. Alamo, 1996.

Con esta obra de acendrada unidad rítmica, de acompasada y densa armonía musical, de vuelo y de galope sofrenado de un profundo sentir, el autor se sitúa - según el testimonio del crítico del libro que él mismo reinterpreta a su manera - "nel mezzo del cammin" como lo hiciera el Dante en la mitad de su obra y de su vida. La conciencia súbita de la muerte llamando a puertas próximas ha interrumpido su enhebrada metáfora hecha de ternura y extrañeza. El recuerdo melancólico del pasado se ha tornado elegía y réquiem por obra y gracia de un presente aciago. El cantar - y el pensar - monodiales se han convertido en llanto y elegía. Así, el poeta ha calculado lo que queda de su existir y desde un alto lugar, en la ladera de su monte carmelo, ha contemplado perplejo las cumbres borrosas de su horizonte irrecorrido. Ha interrumpido su cantar melodioso, su queja reiterada por lo que pudo ser, por lo que pudo haberse hecho y no se hizo, y no fue. Y ha decidido y resuelto el doble adagio confundido de su pensar y de su voz para decir su circunstancia y convocar a las cosas con un ritmo más llano, con sencillas palabras. Mas la experiencia del cambio no ha sido del todo resuelta. Inevitablemente el canto triste ha seguido planeando como un círculo de buitres, el canto triste y el pensar enfermizo, con esa idea aún más fija de la muerte más cercana y presentida.

Sólo al final del libro, en su último cantar, el poeta apuesta por un pasado sin más remedio asumible, por un futuro más hecho de voluntad y de esperanza, mientras reniega, una por una, de sus quejas. El crítico, D. Ricardo Senabre, tan justamente valorado y reconocido a fuer de buen maestro y aun amigo, no es, como el autor, poeta y habla en su prólogo de unidad, de unidad de contenido y de estilo, en su doble implicación de significado y significante, fundidos ambos en el querer decir y sobre todo y casi todo de la manera de decir que es el aspecto fundacional y constituyente de la literatura en general y de la poesía muy en particular. Da testimonio de la verdad del "tránsito", así como de la sinceridad de la reflexión y de la emoción del creador y también - y cito ya sus palabras textualmente - "de la riqueza de Teodoro Sáez como escritor, de la variedad y rigor de su lenguaje, de la contenida expresividad de sus metáforas, de sus sorprendentes hallazgos verbales, del equilibrio entre clasicismo y modernidad que ofrece esta poesía". Y termina D. Ricardo Senabre diciendo: "Esta peripecia existencial, que es a la vez aventura estética hecha carne, reaviva en nosotros la honda emoción que sólo se encierra en la poesía auténtica".

 

El viaje inevitable

El viaje inevitable (Poemario dedicado a la memoria de los antepasados del autor, "a los que nacieron, vivieron y murieron en tierras de Bureba". El prólogo es de la letra y puño de Fray Valentín de la Cruz, OCD., cronista oficial de la provincia de Burgos, periodista, editorialista, escritor prolífico - más de cuarenta libros y centenares de textos en forma de artículos, de reseñas, de pregones, etc.-, genealogista y heraldista, académico de la de Bellas Artes de San Fernando, doctor en Historia Civil y profesor de la UNED donde enseña Historia Medieval de España, Paleografía y Diplomática), Salamanca, Imprenta Kadmos (Septiembre de 2001).

"El viaje inevitable" es, sin duda y antes que ningún otro viaje, el que evoca el ser humano a una muerte segura pero tal vez no definitiva. Es, por ello y al mismo tiempo, el viaje a un más allá posible, el retorno al origen demiúrgico de todo lo creado. Es el viaje en mitad de la noche, en el borroso hueco de la niebla, con todo el ser a cuestas por las calles de la ciudad ultramoderna, o los caminos antiguos del exilio belén de nacimiento, con toda la circunstancia de lo existido y aprendido. La figura, irremplazable, de la madre, de quién el poeta sabe haber heredado todo el don del poema; la imagen del abuelo añorado porque, aunque aventurero sin remedio y egocéntrico y casi salvaje hasta la médula como eran los hombres de antaño, uno y otro ya preteridos pero jamás, olvidados, hacen de guía y de referencia.

El poeta quisiera abarcar, abrazar el mundo solo, toda la geometría de sus viajes, los habidos y los venideros, los de alto vuelo y los de rutina, mientras que, inevitablemente, se ve y se siente arrastrado a ser mar oscuro que es el morir, vuelve los ojos a las raíces y a la sangre de su solar telúrico de sus herencias - y sus querencias - ancestrales. Y luego se recuerda y se contempla en la circunstancia de su vivir y de su haber caminado. Es un compendio. Es un balance. Es un tránsito y un retorno, un retorno y un tránsito, pero, además, es una meditación sobre el propio ser desde lo más irracional del inconsciente hasta lo más sublime de la inspiración creadora. Y es una apuesta por no morir del todo, por algún modo de perdurar, por la esperanza. El último poema, que el prologuista califica de vagneriano, y que el autor reconoce, además inspirado en T. S. Eliot, en G. Greene, pero también en Lorca y en Neruda, en Fray Luis y en San Juan de la Cruz y sin duda en poetas franceses de los que también se alimenta constantemente, este largo poema ha sido considerado por algún crítico como de interés histórico y de mérito universal, pero esa opinión o presunción tiene que ser avalada por el público lector y por el tiempo. En cuestión de poesía es la historia la que tiene la última palabra, para bien de todos o para gloria razonable o para desengaño del autor. Quedémonos por el momento con el juicio de Fray Valentín de la Cruz quien dispone de sobrada autoridad para emitir su juicio de valor, en el párrafo último del prólogo: "Este Viaje inevitable me parece un libro tan serio, tan elaborado, que declaro no haber leído otro parigual en el última década. Claro que mis lecturas han sido limitadas. Este poemario tan exactamente engarzado pudo haberse escrito en algún resumen del siglo XVI o pudo haber esperado al siglo XXII. Es tema es siempre actual y la forma de sus polirritmias, no distrae la atención del lector. Creo que en las Letras Españolas se hablará de este Autor y de su libro".